Por Jaime Torres Gómez
Recientemente le fue conferido el Premio Orden al Mérito Artístico y Cultural “Pablo Neruda” a André Rieu, galardón entregado por el Presidente de la Republica en el Palacio de La Moneda junto a la Ministra de las Culturas.
Los alcances de esta distinción, con una institucionalidad claramente definida en sus aspectos procedimentales, y, ante todo, con una clara definición del perfil de sus merecedores, huelga señalar los méritos objetivos de quienes contribuyen a la cultura del país en diversos ámbitos, y con debido valor agregado.
En el caso de marras, el aporte de André Rieu al ámbito musical, definitivamente, es parcial, no obstante, su innegable mérito de súper ventas en todo el mundo al acercar la música docta a muchos públicos en un formato de buena calidad, aunque circunscrito a los parámetros de un “espectáculo” sin mayor gravitancia intrínseca.
Rieu no ha sido un precursor en la masificación de la música clásica, existiendo referentes aún más consistentes como Mantovani, André Kostelanetz, Carmen Dragon, o incluso Waldo de los Ríos, a pesar de la resistencia en ciertos segmentos doctos. Y no obstante la impresionante masividad de Rieu, de alguna forma, comparativamente hablando, los anteriores fueron más efectivos en generar mayor atracción hacia el cultivo más sistemático y profundo de la música docta, en tanto y cuanto sus propuestas musicales no se circunscribieron a las coordenadas propias de un espectáculo (en momentos de carácter farandulero), focalizándose más en el valor propio de grandes obras de la historia de la música en formatos amables e inteligentemente dosificados.
Considerando los alcances de un premio de la envergadura del “Pablo Neruda” -máximo galardón del Ministerio de las Culturas-, ha sido un completo despropósito ponderar el reducido ámbito de André Rieu dentro de una perspectiva genuinamente cultural, conforme la concepción primigenia de dicho galardón, y, en consecuencia, no honrando debidamente la interpelante figura del mismo Neruda, primando así la lógica del fenómeno de “súper ventas” por sobre méritos “culturales” per se. Y sin menospreciar a los seguidores de Rieu, no hay claridad de un endoso gravitante en quienes llegan al cultivo más profundo de la música docta inspirados por este artista, principalmente al no ser su propuesta más que un fino “divertimento”.
En Chile existen importantes instituciones que han llevado eficientemente la música docta a grandes audiencias, y con contribuciones de reconocido valor agregado. Baste ver la labor de todas las orquestas y ensembles de Santiago y Regiones, asimismo la labor de las universidades, más otras instituciones culturales y solistas clásicos con debido reconocimiento popular. A todos ellos les han sido exiguos los reconocimientos a través del Premio “Pablo Neruda”, siendo frustrante la poca valoración de su quehacer ante una sesgada óptica de una pseudo masividad subordinada a la lógica del “entretenimiento”.
En suma y en definitiva, es menester mirar los valores existentes en el propio país como catalizadores agregados en lo genuinamente cultural por sobre lo foráneo distorsionador… y así honrar debidamente un premio con el nombre del gran poeta chileno como máximo galardón del Ministerio de las Culturas de Chile.