Por Alvaro Inostroza Bidart
Crítico de Cine
Hay directores que poseen la capacidad de reinventar historias clásicas —aunque hayan sido llevadas innumerables veces a la pantalla grande— y cautivar nuevamente al público, a la crítica y al mundo del cine.
El mexicano Guillermo del Toro es uno de ellos. Su última cinta, “Frankenstein” (2025), dirigida, escrita y producida por él, está basada en la novela “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de la autora británica Mary Shelley, publicada originalmente en 1818. El libro ha sido adaptado al cine al menos treinta veces, pero la versión de Del Toro incorpora elementos que la vuelven única y profundamente cautivadora.
Del Toro, de 61 años, comenzó su carrera como director a inicios de los años ’90, pero fue con “El espinazo del diablo” (2001) que consolidó las marcas de estilo que lo caracterizan: ambientes oscuros y góticos, y relatos alegóricos que funcionan como fábulas capaces de reflejar las luces y sombras de la condición humana. En esa línea destacan también “El laberinto del fauno” (2006), “La cumbre escarlata” (2015), “La forma del agua” (2017) y “El callejón de las almas perdidas” (2021).
En “Frankenstein”, el científico Víctor Frankenstein (Oscar Isaac) es retratado como un hombre ambicioso y soberbio que pretende descubrir el secreto de la inmortalidad. Para ello decide crear una nueva criatura (Jacob Elordi) a partir de órganos en buen estado de personas fallecidas y olvidadas, dotándola de vida mediante la energía concentrada de un rayo. Logra su objetivo, dando origen a un ser que, en muchos aspectos, resulta más humano que su propio creador, quien insiste en definirlo como un monstruo. La única que logra verlo como realmente es, es Elizabeth (Mia Goth), su cuñada, que experimenta hacia él una profunda y romántica ternura. La frialdad de Víctor encuentra explicación en la figura autoritaria de su padre, el cirujano Leopold (Charles Dance), cuya influencia lo marca de por vida, aunque no necesariamente de forma irreversible.
Más allá de la excelente construcción alegórica en torno a la paternidad —tanto en la relación de Víctor con su padre como en la de Víctor con su “hijo”—, la película deslumbra por su propuesta visual y narrativa, que acompaña el viaje de la criatura en su persecución del creador: primero para vengarse, luego para exigirle una compañera y finalmente para perdonarlo.
