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Estrés, ansiedad y depresión: trastornos que pueden matar

Publicado por Equipo GV 5 Min de lectura

Por Dr. Franco Lotito C. www.aurigaservivios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)

A raíz de los numerosos acontecimientos bélicos, económicos, políticos, religiosos, narcotráfico y crimen organizado nacional e internacional, etc., que regularmente sacuden y convulsionan al mundo entero, las consultas con especialistas del ámbito de la psiquiatría y de la psicología han aumentado en forma significativa, por cuanto, son muy pocas las personas que logran escapar a ciertos sentimientos y emociones de tipo negativo que, hoy por hoy, flotan en el ambiente –estrés, incertidumbre, miedo, angustia, ansiedad, impotencia, frustración, depresión, etc.– que terminan por afectar física, mental, anímicamente y de manera transversal a una parte importante de la población mundial.

Es muy difícil –por no decir imposible– separar al estrés de la ansiedad, ya que cuando aparece uno de ellos, de inmediato surge el otro para hacerle compañía, y cuando el estrés y la ansiedad invaden a la persona y se hacen crónicas, entonces el final del calvario que significa estar sumido de manera profunda en el estrés y en la ansiedad, es la posible aparición de una depresión, convirtiéndose así, en una suerte de corolario final, es decir, en la presencia de un severo trastorno de salud mental.

Aclaremos de inmediato algunas cosas en relación con el estrés, la ansiedad y la depresión, así como también con algunos de sus síntomas concomitantes:

  1. Estar estresado y agobiado no es un juego: al estar bajo condiciones crónicas de estrés el organismo libera hormonas, tales como la adrenalina y la noradrenalina, con la finalidad de hacer frente al estrés, lo que puede conducir a experimentar síntomas tales como tensión muscular, ansiedad, jaquecas, frustración, irritabilidad, problemas para concentrarse y poder trabajar, etc.
  2. La depresión no tiene edad: es un trastorno grave que afecta a las personas de manera transversal, sin respetar sexo, clase social, condición económica, color de piel o edad de los individuos.
  3. Los intentos de suicidio no son sólo para llamar la atención, ya que cuando los pensamientos suicidas hacen acto de presencia, lo más sabio –o por lo menos, lo más prudente– es prestar mucha atención al sujeto afectado, con la finalidad de reaccionar de manera rápida, y evitar situaciones que pudiesen terminar con una persona fallecida, especialmente, cuando la ansiedad, la baja autoestima y la depresión revolotean de manera constante alrededor de la persona afectada.
  4. Los ataques de pánico (o de ansiedad) que, eventualmente, puede experimentar una persona no son “un show”, ni el sujeto que los sufre está “haciendo teatro” ante los demás. Por el contrario, la persona que experimenta un ataque de pánico pierde el control sobre sí misma y tiene la fuerte sensación de que se va a morir en ese mismo instante y en el mismo lugar donde lo está experimentando.
  5. La ansiedad no es una exageración, ni la persona que lo sufre es alguien “alaraco” o a la que le gusta hacer gala de un histrionismo exagerado. La ansiedad implica sentir una preocupación y miedos intensos, excesivos y continuos, que puede ir acompañada de taquicardia, sudoración intensa, respiración muy agitada, trastornos de alimentación, insomnio, etc.
  6. El hecho de sufrir de baja autoestima no es una cosa trivial, y representa un grave error de juicio mirar despectivamente a las personas que la sufren. La baja autoestima hace referencia a la dificultad que tienen algunas personas para sentirse valiosas y, en consecuencia, de sentir que no son dignas de ser amadas y queridas. Las personas con baja autoestima tienden a experimentar mucha ansiedad ante situaciones que impliquen intimidad con el otro, así como también, en situaciones donde los afectos y los sentimientos juegan un rol. 


Hoy en día, no hay profeta, mentalista, futurólogo, ni experto alguno que pueda anticipar, aventurar o pronosticar en qué y cómo van a terminar las guerras, los numerosos conflictos diplomáticos entre países, las peleas internas de carácter político,  etc., ni tampoco cómo se puede reparar el enorme daño psicológico, moral y valórico que han sufrido –y continúan sufriendo–  cientos de millones de personas de todas las edades alrededor del mundo.

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