Una especie de ‘tormenta perfecta’ –pacífica y audaz- podría avecinársele al mundillo político-corrupto actual
Por Arturo Alejandro Muñoz
Usando una frase campesina es posible asegurar que, definitivamente, los actuales y caraduras políticos “se fueron al chancho”, o al porcino, cuyo significado en castellano noble equivale a afirmar que ellos –con sus tropelías y corruptelas- han rebasado la copa de la paciencia ciudadana.
Las cofradías políticas se empecinaron en mandar a freír monos a la ciudadanía, a la prensa y a la moral misma. Gastaron mucho tiempo en negar lo evidente, cual era la saga de ilícitos cometidos por casi un centenar de parlamentarios y dirigentes de tiendas partidistas, incluyendo a varios ‘pastelitos’ que oficiaron como ministros y subsecretarios en el gabinete de Sebastián Piñera y en el de Michelle Bachelet. Intentaron (esas mismas cofradías) –como tantas otras veces lo hicieron- tapar el sol con un dedo, y de paso sembrar la duda en muchas personas respecto de cuán poco sabe el respetable acerca de leyes y de políticas públicas.
Pretendieron que el electorado bajara la cabeza, callara y aceptara una ignominiosa calificación de ignorante en esos temas. Si durante 25 años lo habían logrado, ¿por qué no apostar a lo mismo esta vez? Pero, hubo sorpresas, y no buenas ni tampoco halagüeñas para los ‘honorables’. Una de ellas, sin duda, ha sido el avance y arremetida de las redes sociales, pues a través de la prensa virtual, de Facebook, Twitter y los cientos de Blogs existentes, se ha sabido desnudar el volumen de tropelías cometidas por políticos que pasaban colados como “serios, cultos y honestos”, cuando en estricto rigor eran completamente el reverso de lo anterior.
El cúmulo de ilícitos, sumado a la ausencia de moral y dignidad, es la característica principal de la mayoría de las personas que se encuentran hoy ocupando cargos de representación pública en Chile. De capitán a paje. Pocos se salvan. Y esto es un indesmentible hecho de la causa. Sin embargo, con una frescura de cutis rayana en la actitud propia de los delincuentes comunes, ciertos parlamentarios –severamente cuestionados e involucrados en actos de abierta corrupción- tienen la ‘tupé’ de solicitar a las fiscalías que se retiren los cargos en su contra, que se olviden los asuntos a tratar, o que se cambie a determinado fiscal porque es demasiado objetivo.
La frescura de alma de esos individuos va más allá incluso de lo señalado, pues sabiéndose descubiertos en graves faltas, insisten en disputarle al pueblo su soberanía queriendo agenciarse la responsabilidad de efectuar cambios en la Constitución Política, los cuales –según ellos- sólo merecen discutirse y acordarse internamente en el Congreso Nacional, entidad que las últimas encuestas de opinión señalan poseedora de un altísimo rechazo ciudadano… quizás el más alto en toda su historia.
Para la mayoría de los chilenos, eso suena parecido a: “los ladrones, rateros y ‘lanzas’ aseguran que solamente ellos están calificados legal y moralmente para legislar respecto del combate contra la delincuencia”.
¿Que con el parrafito anterior estoy tildando a muchos parlamentarios y dirigentes de tiendas políticas como “delincuentes comunes”? Sí, eso exactamente estoy diciendo. Fuerte y claro. Sin ambages. Varios de ellos son rateros con corbatas, traidores con portafolios y criminales con grados universitarios. No puede permitírseles continuar legislando sobre ninguna materia a individuos que han desplumado a Chile y su gente con corruptelas de alto vuelo, y a la vez, ya en pleno delito consumado, se permiten defender a quienes los corrompen mediante la evacuación de leyes que protegen y favorecen a esos mismos delincuentes.
De lo dicho, una arista. En nuestro país todos sabemos que áreas como Educación y Salud son altamente deficitarias, y que también resultan muy sensibles para la inmensa mayoría de la población. Pese a tamaña realidad, las cofradías políticas –incluyendo al gobierno (que es parte activa de ellas)- se esmeran en obnubilar a la sociedad civil con propuestas cuyo fondo real no es otro que el mantenimiento de lo existente, para, de esa forma, cautelar el “derecho a bolicheo” de unos pocos, por sobre el derecho a educarse y a tener oportuna y buena atención en asuntos de salud.
En ello también actúa a todo galope –y en tropel- la corrupción, pero moros y cristianos (de las tiendas partidistas) tozudamente insisten en engañar al público con la cantinela de que lo propuesto por el gobierno, y aceptado por las pandillas de los partidos políticos, “es la mejor solución”.
Lo acontecido con el nefasto sistema llamado “Transantiago” es otro claro ejemplo de esa aseveración, y agréguense a ello las infamias cometidas por los gobiernos del duopolio en el cobre, las sanitarias, la electricidad, la telefonía, los bosques, el mar, las carreteras, las AFP’s, las Isapres, las farmacias, el retail, el insoportable centralismo, etc..
Queda para el recuento un hecho importante; no he querido tocar siquiera aquel otro gravísimo asunto que debe ser endilgado a la irresponsabilidad del establishment actual: el indigno y criminal trato dado a la nación mapuche, en beneficio exclusivo de un grupo de latifundistas que desean recibir apoyo estatal para continuar aislando a los hijos de Leftraro, adquiriendo a precio irrisorio sus tierras ancestrales.
¿Hasta cuándo la gente habrá de aceptar, callada y sumisa, tantas tropelías y engaños de los crápulas que hoy pululan en el ejecutivo y en el legislativo? ¿Por qué bendita razón la gente habría de mantener boca cerrada y cabeza gacha ante los desmanes de ciertos parlamentarios y de muchos dirigentes políticos? ¿Cuál es la divina orden que ha de obligar a los chilenos a seguir aceptando, sumisamente, los robos, caprichos y traiciones de quienes fueron elegidos para realizar exactamente lo contrario a casi todo lo que han efectuado hasta este momento?
La copa de la paciencia ciudadana está comenzando a rebasarse. La gente reniega de la violencia, es cierto (y se agradece), pero también está demostrando que acogería de muy buen talante un tipo de oposición pacífica, fuerte e inteligente para enderezar lo que hoy se encuentra dislocado. Esto último se configura con la significativa cantidad de huelgas, paros, marchas y movilizaciones que sacuden hoy al país. Nadie desea que ello se traduzca en una violenta explosión social, pero nadie quiere, tampoco, que lo existente continúe como si nada ocurriese.
Las cofradías y castas políticas intuyen que una tormenta se avecina. Pero lo que ni siquiera pispan todavía es qué de nuevo y audaz se está reflexionando en algunas organizaciones sociales para derribar la argamasa construida por las pandillas de politicastros asociados en un ente único llamado duopolio neoliberal.
En esas organizaciones se ha iniciado –tímidamente aún-el debate respecto a la fórmula plausible para conseguir, en plazo no superior a dos años, una cesación nacional de pagos en cuestiones como peajes, telefonía, créditos universitarios…. lo cual sería el inicio de una rebelión nacional, pacífica y contundente sin disparar un tiro, ni lanzar piedras ni ‘molotov’, ni tampoco salir a marchar para enfrentar la brutalidad policial. Sólo basta que millones de chilenos se decidan a no pagar…
Si lo anterior se produce, las castas políticas serían atrapadas por una especie de “tormenta perfecta”; lo grave es que el país también quedaría envuelto en aquel temporal. Parece imposible, de locos, de patio… pero…. ¿y si ocurre? Claro, si ocurre la responsabilidad es únicamente achacable a los políticos actuales. ¿Es lo que yo deseo, lo que yo propongo? No, simplemente es lo que yo temo que pueda suceder, pues ya lo he escuchado en algunos sitios.
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